La práctica política de mujeres que buscan dar sentido libre a la educación. María Milagros Montoya Ramos (ed.). Madrid: Editorial Horas y Horas, 2007.


Aunque no es una publicación tan reciente, recomiendo la lectura de este libro producido por el grupo
Sofías, creado en el año 2000 por profesoras e investigadoras de España e Italia, que se define como un círculo de relaciones de autoridad femenina en educación en torno a los ejes de la relación, el amor y la palabra. Lo que resulta muy sugerente en este volumen de su serie de publicaciones de sus Encuentros, es la vinculación entre Saber y Placer, que contradice la idea convencional de que ambos se excluyen mutuamente. 

El texto recopila sesiones de reflexión colectiva, en el marco del pensamiento de la diferencia sexual, sobre la experiencia docente de profesoras de primaria, secundaria y universitaria. Lo que se busca en ese partir de sí, es reconocer las claves de las prácticas concretas de enseñanza y aprendizajes en distintos niveles educativos, que hacen posible “la creación relacional de verdad, de significación libre de la propia experiencia en educación” siguiendo el dinamismo del deseo (15).

La recuperación de vivencias fundantes de aprendizaje, constructoras de subjetividades  cimentadas en la validación de saberes traspasados entre generaciones de mujeres, se descubre como fuente de placer y creatividad, que afianza por un lado el deseo de saber y, por otro, permitiría establecer relaciones abiertas con lxs infantes y jóvenes de hoy que buscan, a su vez, cauces para la misma energía de descubrimiento y transformación de sus mundos, y que resisten los moldes fijos y cerrados de los programas de conocimiento establecidos. Se lee en su Introducción: “Las resistencias de nuestrxs alumnxs a aprender, y la dificultad de muchos y muchas docentes para enseñar hoy, son la señal de que un orden simbólico ha caído, y son, en ciertas condiciones, el pasaje para que un orden naciente tenga existencia” (17-18).

 

La relación educativa y la relación con el saber son un placer cuando crea las condiciones para vivir el estímulo que proporciona lo nuevo, lo cual requiere superar los prejuicios acerca de “los jóvenes de hoy” y evitar la arrogante confusión entre lo que dictaminamos que ellxs deben conocer y aquello que nosotros queremos o podemos darles. Cuando la relación educativa, según se discute acá, no da lugar al otro y otra, se convierte en una dominación, o es meramente instrumental; expresión de un autoritarismo muy lejos de la autoridad que se intenta construir.

El salto político que este feminismo intenta dar es dialogar “para construir un saber de la experiencia. Es decir, para poner en pensamiento y palabras aquello que las mujeres hacen y abrir la posibilidad de hacer de manera diferente […] nombrar aquello que ha existido siempre en la vida de las mujeres y que ha dado… posibilidad de sentido a la vida de las mujeres…, pero que no era reconocido como una práctica política, que puede cambiar la realidad” (83).

 

Creo interesante asistir a este diálogo, que aunque geopolíticamente muy distante, nos podría sugerir pistas para mantener también entre nosotras espacios de intercambio de experiencias y saberes, de escucha de las mujeres jóvenes que ciertamente han construido un saber sobre sus experiencias, que disfrutan y sufren su desbordar juntas las calles de nuestras ciudades buscando respuestas – responsabilidades en las transformaciones que desean a sus/nuestras realidades.

 

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