Integrante
Durante toda mi vida no me he cansado de inventar historias, he sido poetisa-cuentista-escribidora y escritora. He dibujado con mis manos el destino de los míos, pues también he sido adivina, hechicera, profeta y astróloga y he aplicado en mi vida la dialéctica marxista.
Acostumbro a contar las estrellas con los dedos, conozco el olor de todos los pastos de la tierra, aun el vaivén del viento me cuenta sus secretos y he contado caracolas marinas con la Alfonsina Storni.
He sobrevivido a inmensos terremotos, maremotos, innumerables pestes, enfermedades y cruentos golpes militares.
Aprendí que la vida no es la quisiéramos en escuelas públicas de la provincia de Arauco y Lota, mi ciudad natal. Allí donde belleza de la tierra y la hermosura del alma de sus gentes contrastan con atraso y la miseria.
He soñado con mundos mejores y llevo años en eso: buscando y abrazándome con hombres y mujeres que sueñan conmigo día a día. Aún no he claudicado, aunque se cayeron los muros, declararon que Marx había muerto y que la utopía ya no existe.
Pero yo sé que existe… de otra forma no llenaríamos las calles de Chile con nuestras esperanzas ni cantaríamos el canto que reclama la alegre primavera.
No asomaría la sonrisa en los rostros de los niños y niñas de los pueblos insumisos ni las plazas y las calles tomarían otros nombres.
No caerían las estatuas de los que asolaron las tierras de nuestros hermanos y hermanas ancestrales y escribieron la historia que no es nuestra.
No iríamos las mujeres, millones de mujeres caminando de la mano para romper el cerco que nos puso el Patriarcado. No cantaría con mis hermanas y compañeras feministas al calor de la lucha callejera.
Por eso sigo diciendo que la utopía existe, que si no alcanzo a terminar de construirla otras y otros lo harán. Siempre lo harán, porque los pueblos no se rinden. Sólo es posible que pasen años en silencio, pero no se rinden.