Por María Teresa Aedo

¿Qué es un lenguaje sexista y androcéntrico?

En términos amplios, “Existe sexismo lingüístico cuando el lenguaje reproduce una imagen sobrevalorada de lo masculino que invisibiliza las aportaciones o experiencias de las mujeres o representa de forma sesgada y poco objetiva la diversidad humana” (Rubio, 2016: 9)

Cabe anotar que, como señala María Martín Barranco (2019), la lengua no es sexista en sí misma, pero se encuentra institucionalizada en la Academia de la Lengua Española y las personas que la administran – consideradas autoridades – sí aplican criterios androcéntricos y visiones patriarcales que se imponen a todas las comunidades de hablantes, sin considerar sus contextos particulares.

El caso clásico de androcentrismo es la imposición y normalización del masculino genérico como universal, como género no marcado que supuestamente incluye a lo masculino y lo femenino. Sin embargo, tanto hombres como mujeres sabemos que, en la práctica, eso no es verdad; baste el ejemplo de tantas constituciones políticas que se iniciaron con la frase: “Los hombres nacen libres e iguales…”; desde la Declaración universal de los derechos humanos de la Francia revolucionaria en la que solamente los hombres eran “ciudadanos”, hasta la denegación del derecho a sufragio de las mujeres, en las sociedades occidentales hasta mediados del siglo XX (sin hablar del derecho a ser elegida que hasta el día de hoy se encuentra increíblemente bloqueado en las dinámicas políticas tradicionales). Y si se descarta este ejemplo como extremo y ya superado, remito a la experiencia cotidiana de las niñas que cuando su docente saluda a un curso mixto con un “¡Buenos días niños!”, ellas deben entender que están incluidas. Pero si dicen “los niños que quieran inscribirse en el equipo de fútbol vayan al gimnasio”, ellas deben asumir que solo se están refiriendo a sus compañeros varones, no a todo el alumnado, no a las niñas. En cambio, si el saludo a un grupo mixto fuera “¡buenos días, niñas!” ningún varón se sentirá incluido. Las niñas aprenden desde pequeñas que la nombrarán como “niña” y a deducir durante toda su vida cuándo está incluida y cuándo no; habitualmente, si alguien quiere convocar a las niñas, lo especificará, dirá “las niñas que quieran conformar el equipo de fútbol femenino, anótense acá”. Por su parte, los adultos, saben que si llega una citación a reunión de Padres y Apoderados, deben concurrir también las madres y apoderadas, que, dicho sea de paso, suelen ser la gran mayoría. Pero si se cita al Comité de Dueñas de casa, se están dirigiendo a las mujeres, y ningún varón se sentirá convocado, aunque sea la persona a cargo del hogar; la expresión “dueño de casa” tiene otro significado: padre de familia.

El androcentrismo también atraviesa el diccionario: la definición de las palabras, el orden que se les da (siempre el masculino primero, sin respetar la norma del orden alfabético: “amigo/-a”, en lugar de “amiga/-o”, etc.); y la gramática: el orden sintáctico elegido, las reglas de concordancia.

Lenguaje inclusivo

¿Qué es y qué no es lenguaje inclusivo? El lenguaje inclusivo no es poner todo en femenino, ni cambiar cada o por una a. Tampoco es duplicar —no es duplicar porque no es lo mismo— continuamente hasta hacer incomprensible lo que se quiere expresar. El lenguaje inclusivo aspira a plasmar la realidad —realidad que se compone de hombres y mujeres— y ayuda a tomar conciencia de que no nombrar a la mitad de la sociedad perpetúa discriminaciones.

El lenguaje inclusivo, no sexista, o la inclusión a través del lenguaje no sustituyen un término por otro, sino que muestran lo que no está, aunque nos hayan enseñado a creer que sí.

(Martín, 2019: p. 20, 25)

Aspectos de fondo

– La lengua no es únicamente una herramienta técnica, organizada con reglas inmanentes, sino que cumple una compleja función social:

Un lenguaje sexista ignora a la mujer, o la homologa al hombre, o la representa como una excepción; una lengua usada de tal modo que excluye u oscurece a algunos sujetos sociales no solo representa lingüísticamente la negación de los mismos, sino que contribuye a la reproducción y permanencia de prejuicios comunes (Tapia-Arizmendi & Romani, 2012).

Subsanar esta reducción al silencio del 50% de la humanidad y la reproducción de estereotipos mediante el uso del lenguaje es posible con los mismos recursos que posee la lengua y sus reglas propias de funcionamiento.  El lenguaje inclusivo es necesario para cumplir con los principios de igualdad sustantiva y no discriminación comprometidos por los estados ante UNESCO y la CEDAW.

Los ejemplos ofrecidos arriba ilustran varios otros aspectos de fondo:

– El lenguaje proporciona el gran marco de comprensión e inteligibilidad de la realidad: no es un mero código referencial, sino que estructura el pensamiento, configura nuestra percepción del mundo, modela la construcción de identidades, vincula simbólicamente a una colectividad y tradición, configura la imaginación. Podemos dimensionar, entonces, el efecto negativo sobre la subjetividad de las mujeres el uso y predominio de una lengua que las ignora e invisibiliza, que las masculiniza o las sumerge en la visión androcéntrica de la realidad: difícilmente podrán autoconcebirse y plantearse como sujetos con autonomía.

– Posicionamiento político: Dado que la lengua transmite estructuras de carácter jerarquizador y discriminatorio, sobrerrepresentación de lo masculino como neutro, humano universal, lo público importante, versus una subrrepresentación de lo femenino como lo particular, la excepción, lo íntimo y secundario, el uso sexista de la lengua no es tanto ignorancia o hábito, sino que “es una forma de posicionarse políticamente ante el uso de la lengua” (Herrera, 2019: 11). Involucra una decisión sobre lo que nombramos y lo que silenciamos, las existencias que consideramos visibilizar y las que no. A la vez, las propuestas de lenguaje inclusivo en la comunicación, la construcción de conocimiento y el derecho además de adaptar la lengua a realidades socioculturales nuevas – como la mayor participación de las mujeres en lo público -, “se inscribe en un contexto político: el del reconocimiento de la igualdad entre hombres y mujeres y de la necesaria paridad hombre-mujer” (Martín, 2019: 29)

Para concretar el cambio cultural perseguido por las políticas de igualdad y valoración positiva de la diversidad no basta con la dictación de leyes: estos cambios pasan por transformaciones estructurales, pero también por las interacciones cotidianas, mediadas significativamente por el lenguaje.

– Asunto de bien común: corregir el uso sexista del lenguaje no es un problema de las mujeres, es una problemática social, que afecta a todos los integrantes de las colectividades humanas. Como afirma Martín (2019):

Ese es el cambio de paradigma que necesitamos para acelerar la consecución de sociedades no discriminadoras: dejar de considerar que esto es cosa de mujeres para entender que una sociedad que discrimina al 50,9 por ciento en 2018[1] de sus integrantes es insana para el 100 por ciento de quienes la componen. (p. 76. Resaltado mío]

Referencias

– Herrera, Coral. (2019). Prólogo a Martín, M. Ni por favor ni por favora. Madrid: Catarata, pp. 8-13.

– Martín Barrancos, María. (2019). Ni por favor ni por favora. Cómo hablar con lenguaje inclusivo sin que se note (demasiado). Madrid: Catarata.

– Rubio, Ana. (2016). El lenguaje y la igualdad efectiva de mujeres y hombres. Revista de Bioética y Derecho. Perspectivas bioéticas. (38), 5-24. Disponible en  https://dx.doi.org/10.1344/rbd2016.38.17042

– Tapia-Arizmendi, Margarita y Romani, Patrizia. (2012). Lengua y género en documentos académicos. Convergencia, 19(59), 69-86. Disponible en http://www.scielo.org.mx/scielo.php?script=sci_arttext&pid=S1405-14352012000200003&lng=es&tlng=es

[1] Dato estadístico para España; en Chile las mujeres constituyen el 51,1% según datos del censo de 2017.

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