BROCA COCHI 

Guisela Parra 

Mi abuelo era muy ingenioso. Usaba palabras al revés para ver si sus nietos las captaban: “¿quieren soque?”, nos ofrecía; “se acabó el pelpa rapa el topo”, decía, saliendo del baño. Años después, los hippies nos juntábamos en el trocen y cuando andábamos volados cruzábamos de la plaza al tefren por cualquier lugar, sin poner atención a semáforos ni nada. De eso hace muchas décadas.

Ahora los que hablan al verre son los flaites. Por ejemplo, a los cabros chicos les dicen broca cochi. Pero el alcance de este vocablo va mucho más allá de ser solo un juego de un abuelo ingenioso, o una muestra de transgresión de unos volados. Bueno, cochi es una interjección que se usa para llamar a los cerdos, según dice el diccionario; debe ser algo así como un apócope cariñoso de cochino; podría usarse para advertir a un niño que no sea “cochinito”. Es más, en quechua, Cochiguaz significa “corral de chanchos”, además de “casa del agua”.

Pero, broca… Broca tiene una gran relevancia semántica en este contexto. Es un término muy descriptivo, incluso visionario; agudo, como el objeto que denota.

Porque quién puede negar que parir un broca cochi es como encadenarse de por vida a un taladro nuevecito, supersónico, de la más reciente de las tecnologías. Viene con una variedad de brocas tan amplia, que es imposible que las mujeres vislumbren sus dimensiones ni sus poderes de penetrar y horadar, hasta que ya no hay remedio. Es de control remoto y su eficacia es inigualable.

No se lo recomiendo a ninguna mujer.