Por Fabiana Rivas Monje

1492 retumba como eco de largo aliento. 500 años de dominación eurocentrada atraviesan los pueblos, la tierra y nuestros cuerpos: la herida colonial. Pero la memoria es porfiada, y se resiste a diluirse en los claustros del paradigma dominante: no fue un descubrimiento, no fue un encuentro, no celebramos. Fue una invasión, fue un genocidio.

La historia universal oficial -escrita, ya sabemos, mayormente por varones privilegiados por género, clase y raza-, presenta la supuesta continuidad Grecia-Roma-Europa, falacia ideológica que conceptualiza un modelo racista del mundo, donde Europa es inicio-centro-y-final, el modelo occidental es “la” civilización, y el proyecto de modernidad el que debiera alcanzar todo grupo humano. ¿Dónde está Abya Yala, África? Nada menos racional, finalmente, que la pretensión de que una específica cosmovisión de una etnia particular sea impuesta como la racionalidad universal, aunque Europa occidental sea tal etnia (Quijano, 2014).

Por otro lado, no olvidamos que ya desde las primeras representaciones del “Nuevo Mundo”, se le asocia con “la salvaje”: la feminización de la tierra como una mujer a la que hay que conquistar, dominar, civilizar, “justificaba” la dominación: Abya Yala es, en términos simbólicos y materiales, hija de una violación reiterada históricamente. Violaciones, abuso sexual sistemático y violencias múltiples de los colonos europeos hacia mujeres indígenas en todo el continente, son hechos que la historia ha reconocido. Y son parte de nuestras memorias corpóreo-emotivas, pero así también lo son las resistencias incansables.

Hoy, desde nuestros cuerpos-territorios, reconocemos cómo en los plurales Sures que conforman el Sur, vienen tejiéndose perspectivas, pensamientos y prácticas políticas transformadoras e insurgentes que apuntan a la construcción de alternativas de otros-mundos posibles, paradigmas-otros que se vinculen activamente con las luchas que se proponen la desmantelación de los regímenes hegemónicos: necesitamos restaurar los hilos de la memoria y tejer nuestra propia historia, reencantar el mundo, sin hegemonías, sin violencias. Así reconstruimos y defendemos la clave feminista renovada de nuestra propia movilización.